domingo, agosto 16, 2009

Mi primer cuento: El elegido.

El minuto más corto de su vida había pasado así, ante sus ojos todavía turbios y convulsionados. No hubo reacción trivial, ni nada que se le parezca; sólo un gesto adusto, una ágil media vuelta y a caminar. Intentaba acomodar sus pensamientos de alguna manera al menos comprensible, mientras la lluvia y el intenso tráfico hacían aún menos presurosa su marcha.
Caminó alrededor de cuatro cuadras sin saber hacia donde se dirigía, hasta que se detuvo en el toldo de un almacén, aprovechó para ingresar y compró una caja de fósforos. Al salir, prendió un cigarro cubano, regalo de un amigo de la infancia, y trató de rememorar cual era su destino inmediato. "La plaza Garibaldi, justo enfrente de la casa de Don Fulgencio" recordó. Hacia allí se dirigió, empapado por la lluvia y confundido por la situación.
Nunca fue un hombre ejemplar, de esos que se destacan por sobre el resto; algunas veces lo oyeron decir que su destino errante se debía a una ironía de la vida, no a su forma de vivir. Llevaba sus cuarenta y nueve años en el bolsillo, un poco golpeados por el trajín de un camino lleno de piedras. De barba cansada y ojos rasgados, con convicciones firmemente arraigadas, fue zurciendo con el hilo del azar su propia historia, esa que hoy me toca contar.
Sus años se consumían entre bares y esquinas,en los suburbios de una ciudad que visiblemente ya no es la misma que él recuerda haber transitado alguna vez (o al menos eso creyó).
Dirigiendo su marcha hacia la plaza, pudo observar a su alrededor, como detenido en el tiempo, a la gente caminar a su lado con paso ligero, los autos compitiendo en una carrera sin sentido ni final, los relojes diagramando los próximos segundos, porque todo era cuestión de aprovechar el momento inmediato, no habia pausa ni después; pero no sólo eso: también pudo observar la magia de las nubes que anuncian la calma, acariciar la silueta del viento con sus manos,sentir aroma a café recién molido y perderse en los grandes ventanales que pronto reflejarían un arco iris en todo su esplendor. Simplemente atinó a pensar que no era necesario recorrer grandes distancias para viajar con los sentidos, todo estaba ahí, delante de su existencia, lejos del olvido.
Decidió pasar a saludar a su querido Don Fulgencio antes de concretar la cita en la plaza. Golpeó repetidas veces la puerta negra y desvencijada de su caserón, pero nadie atendió.Con un poco de tristeza se acercó hacia la casa de al lado, y preguntó por su paradero .Una amable anciana le respondió: Fulgencio falleció esta mañana. -Gracias por la información
señora, me lo temía- replicó. Ante el afligido rostro de la mujer, el hombre cruzó la calle y luego de dar un pequeño paseo, se acomodó en un banco húmedo y desprolijo que alguna vez fue verde.
Miró distraídamente un recorte de diario que encontró en el piso, y cruzó sus piernas. En ese preciso momento, una mujer elegante pero sencilla, de tez pálida y de rubia cabellera, se sentó a su lado.
-Perdón por la demora.Vengo a buscarte, como habíamos acordado.- dijo ella con dulce pero enérgica voz.
-Ya lo sé, sólo que no tuve tiempo de despedirme. En fin, ya no hay nada que pueda hacer.-rezó el hombre, cansado y algo aturdido.
Partieron así con destino incierto, mientras la lluvia amainaba en la ciudad.
Ya era tarde para valorar los pequeños detalles que lo rodearon durante su penosa estadía; no importó su nombre, su patria o su credo.
Diecisiete minutos antes, la revelación se había consumado. Era el elegido.

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